jueves, 22 de marzo de 2012

TEXTO DE ROUSSEAU



Rousseau. “Del Contrato Social”, Libro I, Capítulo VII.

Al no estar formado el soberano más que de los particulares que lo componen, no tiene ni puede tener intereses contrarios a los suyos. Por tanto, el poder soberano no tiene ninguna necesidad de garantía con respecto a los súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a todos sus miembros, y luego veremos que no puede perjudicar a ninguno en particular. El soberano, por ser lo que es, es siempre lo que debe ser.

Pero no ocurre lo mismo con los súbditos respecto al soberano, porque, a pesar de su interés común, nada podría garantizar el cumplimiento de sus compromisos si éste no encontrase medios de asegurarse su fidelidad.

En efecto, cada individuo puede, en cuanto hombre, tener una voluntad particular contraria o diferente a la voluntad general que tiene como ciudadano. (…).

Para que el pacto social no sea, pues, una vana fórmula, encierra tácitamente este compromiso, único que puede dar fuerza a los restantes, y que consiste en que quien se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado por todo el cuerpo: lo que no significa sino que se le obligará a ser libre.

- Identifica las ideas fundamentales del texto y expón la relación existente entre ellas.

Rousseau considera que no se necesita ninguna institución que garantice que el soberano (la república) no abuse de su poder sobre los individuos, ya que la república no es más que el conjunto de todos los individuos y no puede actuar por tanto contra todos ellos; ni tampoco contra alguno en particular.

En cambio, cada individuo, que es a la vez ciudadano (miembro activo del poder soberano, asambleario) y súbdito (obligado a acatar las leyes dictadas por el soberano, por la asamblea, en cuya elaboración ha participado), puede tener intereses particulares opuestos al interés general o bien común, y por consiguiente es necesario que la república (el conjunto de todos los ciudadanos) obligue al individuo infiel a obedecer a la voluntad general, porque en caso contrario sería insostenible la república. Pero, al obligarle a obedecer a la voluntad general (que quiere el bien común y establece imparcialmente lo que es justo para todos), se está en realidad haciendo libre al individuo.