martes, 22 de marzo de 2011

Texto de Immanuel Kant





Immanuel Kant. Prólogo a la 2ª edición de la Crítica de la razón pura.


Supongamos ahora que la moral presupone necesariamente la libertad (en el más estricto sentido) como propiedad de nuestra voluntad, por introducir a priori, como datos de la razón, principios prácticos originarios que residen en ella y que serían absolutamente imposibles de no presuponerse la libertad. Supongamos también que la razón especulativa ha demostrado que la libertad no puede pensarse. En este caso, aquella suposición referente a la moral tiene que ceder necesariamente ante esta otra, cuyo opuesto encierra una evidente contradicción. Por consiguiente, la libertad, y con ella la moralidad (puesto que lo contrario de ésta no implica contradicción alguna, si no hemos supuesto de antemano la libertad), tendría que abandonar su puesto a favor del mecanismo de la naturaleza. Ahora bien, la moral no requiere sino que la libertad no se contradiga a sí misma, que sea al menos pensable sin necesidad de examen más hondo y que, por consiguiente, no ponga obstáculos al mecanismo natural del mismo acto (considerado desde otro punto de vista). Teniendo en cuenta estos requisitos, tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posiciones, cosa que no habría sido posible si la crítica no nos hubiese enseñado previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni hubiera limitado nuestras posibilidades de conocimiento teórico a los simples fenómenos. Esta misma explicación sobre la positiva utilidad de los principios críticos de la razón pura puede ponerse de manifiesto respecto de los conceptos de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma.



- Identifica las ideas fundamentales del texto y expón la relación existente entre ellas.

Kant formula, en la primera mitad de este fragmento (hasta “Ahora bien,…”), la dificultad planteada por la concurrencia de dos supuestos:

a) Que la moral introduzca (como hace en la “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, de 1785, anterior al Prólogo de la 2ª edición de la “Crítica de la razón pura”, de 1787) principios prácticos a priori, constitutivos de la razón pura práctica; la obediencia a estos principios sería la libertad, pues con ella el sujeto racional estaría siguiendo su propia ley, erigiéndose así como ser autónomo. Por tanto, la presencia de esos principios a priori lleva a postular la posibilidad de la libertad: si ellos reclaman nuestra fidelidad, es que podemos ser fieles a ellos, es decir, libres (si debemos, podemos).

b) Que la razón pura teórica demuestre (como hace en la “Crítica de la razón pura”, de 1781) que la libertad no puede siquiera pensarse (ya que nuestro entendimiento procesa los datos necesariamente mediante el enlace de la categoría de "causa") .

Ambos supuestos plantean la dificultad de que el segundo ha de prevalecer sobre el primero, y entonces habría que abandonar la idea de la posibilidad de la libertad, es decir, de la posibilidad de actuar por la ley moral (por principios prácticos originarios), y concluir que estamos determinados por la naturaleza y somos por consiguiente heterónomos.

Pero Kant, en la segunda mitad del fragmento, subraya que la “Crítica de la razón pura” tiene una utilidad positiva, y es que, al demostrar que nuestro conocimiento trata solo del fenómeno (la representación de lo real que construye el sujeto racional), la imposibilidad de pensar la libertad queda acotada a dicho fenómeno, y queda entonces abierto para la moral el derecho a postular la libertad del alma (como cosa-en-sí), cuyo concepto no es en sí mismo contradictorio, aunque nuestra razón no pueda pensarlo.

La misma utilidad positiva tiene la “Crítica de la razón pura” para los otros dos postulados de la razón pura práctica: la existencia de Dios y la inmortalidad del alma.

En efecto, al haber demostrado la “Crítica de la razón pura” que no es posible la Metafísica especial como ciencia, ya no tiene que temer la moral que esos dos postulados suyos puedan ser refutados por el conocimiento teórico. Y la razón pura práctica ha de postular la inmortalidad del alma porque los dos fines presentes en el ser humano (la felicidad, fin que se le impone como ser natural, y la fidelidad a la ley moral, que se le impone como ser racional) no pueden conciliarse en esta vida. Y la otra vida del alma en la que sí sea posible la conciliación requiere como garante a Dios, cuya existencia ha de ser entonces así mismo postulada.

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