viernes, 22 de abril de 2011
TEXTO DE NIETZSCHE
Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Libro V, ap. 344.
De qué modo somos nosotros piadosos todavía.- (…) Y ¿qué es esa resuelta voluntad de alcanzar la verdad?¿Es la resolución de no dejarse engañar? Pues el deseo de verdad puede interpretarse también de esta última manera, admitiendo que en la proposición general no quiero engañar esté comprendida también la particular no quiero engañarme. Mas ¿por qué no engañar? ¿Por qué no dejarse engañar? (…) El hecho de no querer dejarse engañar ¿disminuye verdaderamente el peligro de tropezar con cosas perjudiciales, peligrosas y funestas? ¿Qué sabéis acerca del carácter de la existencia para poder decidir si es más ventajosa la desconfianza absoluta que la confianza absoluta? Mas para el caso en que fueran necesarias ambas cosas, mucha confianza y mucha desconfianza, ¿de dónde sacaría entonces la ciencia su fe absoluta, esa convicción que le sirve de base, de que la verdad es más importante que todas las demás cosas y que todas las convicciones?(…) La fe en la ciencia, fe que es indudable que existe, no puede provenir de un cálculo de utilidad, sino que, al contrario, se ha formado a pesar de la demostración constante de la inutilidad y del peligro que hay en el ansia de verdad y en la máxima “La verdad a toda costa”. (…). Por consiguiente, el apego a la verdad no significa “yo no quiero dejarme engañar”, sino “yo no quiero engañar, no quiero engañarme a mí mismo ni a los demás”, pues no queda otra solución, y esto nos lleva al terreno de la moral. (…). De modo que la pregunta ¿a qué la ciencia? se reduce al problema moral ¿a qué la moral, si la vida, la Naturaleza y la historia son inmorales? No cabe duda; el hombre verídico, en el sentido más radical y más osado, tal como la fe en la ciencia le supone, afirma también otro mundo diferente de la vida, la Naturaleza y la historia, y al afirmar ese otro mundo, ¿no necesita por este mismo hecho negar su antípoda, este mundo, nuestro mundo? Voy a mostrar que nuestra fe en la ciencia descansa también sobre una creencia metafísica y que nosotros los que perseguimos el conocimiento, nosotros los impíos y los antimetafísicos, sacamos nuestro fuego del incendio que prendió una fe de hace más de mil años, esa fe cristiana que fue también la fe de Platón y que cree que Dios es la verdad y que la verdad es divina. Mas ¿qué ocurriría si ésta fuese haciéndose cada día más inverosímil, si nada más que el error, la ceguedad y la mentira pudiesen afirmarse como divinos, si Dios resultase nuestra más prolongada mentira?
- Identifica las ideas fundamentales del texto y expón la relación existente entre ellas.
Se pregunta Nietzsche qué justificación puede tener el anhelo incondicional de verdad que caracteriza a la ciencia (y, por extensión, a la filosofía) propia de la cultura occidental. Nuestra vida está llena de circunstancias en las que sería más conveniente, más ventajoso, engañarse con alguna ilusión, no conocer la verdad. Por tanto, poner la verdad por encima de todas las cosas solo puede plantearse como una exigencia moral, y de hecho la veracidad forma parte del elenco de virtudes y valores elegidos por la moral occidental, platónico – judeo – cristiana. Así que preguntarse por el sentido o razón de ser de la ciencia y de la filosofía equivale a preguntarse por el sentido y razón de ser de la moral tradicional: si en nuestra vida, tal como es, comportarse moralmente conlleva más bien desventajas, ¿por qué habríamos de ser morales/buenos? Solo si se confía en otro mundo (y se desvaloriza consiguientemente éste), en el que se recompensaría la conducta que en éste es penalizada por la vía de los hechos, resulta razonable seguir los imperativos éticos. Luego el hombre racional (el científico y el filósofo) descansa también en una creencia metafísica, igual que toda la moral occidental.
Pero Nietzsche, pese a ser ateo y antimetafísico, sabe sacar provecho para sus propios fines de esa fe absoluta, platónica y cristiana, en la verdad. La desconfianza que no quiere dejarse engañar y que solo se entrega a certezas por fuerza ha de desembocar, si es consecuente consigo misma, en la “muerte de Dios”, en el descubrimiento de que no hay razones para seguir creyendo en Dios o en otro mundo, ni hay fundamento firme para la ética y para las creencias que nos han inculcado durante siglos.
Ampliación del comentario:
Nietzsche no tiene ningún reparo en revestirse estratégicamente de las vestiduras de la razón ilustrada o positivista, aunque no cree en ella, para mostrar, como hace en sus obras críticas del segundo y cuarto periodos de su pensamiento, que el ejercicio riguroso de la razón desmonta los mitos de la cultura occidental. Dicha cultura, desde su origen en el socratismo, ha tendido a despreciar esta vida (terrenal, carnal, instintiva, trágica, irracional…) y a proyectar la ilusión de otra vida, cuyo vértice y sostén sería Dios; poniendo su eje en una fantasmagoría, en una nada, la cultura occidental (desde ese desvarío terrible que la apartó de la sabiduría trágica de los griegos arcaicos) ha sido siempre nihilista pasiva. Con la Ilustración y la Ciencia Moderna, sin embargo, Occidente comienza la consumación de su singladura nihilista; la “muerte de Dios”, el desmoronamiento de su metafísica, de su religión y de su ética, cuyas “verdades” milenarias no resisten la crítica ilustrada y positivista, llevará al hombre occidental a tener que enfrentarse con un dilema: o sigue despreciando esta vida terrenal (de la que nos ha hecho desconfiar el contraste con ese otro mundo ilusorio que hasta ahora, no obstante, nos ha sostenido en la vida y la ha alimentado), suicidándose por tanto (ya que se ha tornado inviable seguirse apoyando en las viejas mentiras, desenmascaradas), o se decide a suprimir totalmente sus antiguas veneraciones para dejar un espacio abierto para la nueva cultura del Ultrahombre, que habrá de efectuar una transvaloración de los valores y rehabilitar el sentido de la vida en la Tierra. Se trata, en definitiva, del dilema entre el nihilismo reactivo, culminación del nihilismo pasivo, y el nihilismo activo; Nietzsche lo expresa así: “Hemos caído precisamente en la desconfianza que ocasiona este contraste entre el mundo en el que, hasta ahora, habían encontrado refugio nuestras veneraciones – gracias a las cuales, quizá, soportábamos la vida- y ese otro mundo que somos nosotros mismos. Es esta una desconfianza implacable, fundamental, hundida en nosotros mismos, que a los europeos nos domina cada vez más, que nos tiene cada vez más en su peligroso poder y que podría fácilmente colocar a las generaciones venideras ante la más terrible disyuntiva: “Suprimid vuestras veneraciones o bien suprimíos a vosotros mismos”. Esto último sería el nihilismo. Pero, ¿no sería también nihilismo lo primero? He aquí nuestro interrogante”.
El dilema aludido se reduce a optar entre el camino del último hombre (criatura desvitalizada, ya inadaptada, sin aliento vital ni motivaciones poderosas para mantenerse en la vida) y el camino del Ultrahombre. De ambos hace Nietzsche una descripción poética en Así habló Zaratustra.
El Ultrahombre tendrá que crear, con la inocencia lúdica del niño, nuevos valores para esta vida terrestre, puesto que, al igual que no existen verdades objetivas (sino perspectivas cambiantes, más inmediatamente antropomórficas o menos, entre las cuales habrá que elegir, además de por su compatibilidad con la intuición crítica, por su utilidad para inspirar a la voluntad vital de poder), no existen valores o normas absolutos y objetivos, válidos con independencia de su repercusión en la vida humana, por mucho que hayan pretendido presentarse de esa guisa; los valores siempre se han originado en el interés de conservar y extender la vida (si no la del individuo, la del grupo; si no la del espíritu aristocrático, la del esclavo impotente, que se vio obligado a invertir los valores con los cuales no podía competir, para poder sobrevivir). De ahí que Nietzsche se califique de inmoralista en una fase avanzada: alguien que no solo no cree en la moral tradicional, sino que tampoco cree ya en ninguna moral o virtud con entidad objetiva que puedan plantearse como exigencias (como “deberes”) para el hombre sin estar sujetas a la prueba de su poder de enaltecimiento vital; Nietzsche se ufana de ser el primero que se ha preguntado por el valor de la moral y lo ha puesto en duda (ver La gaya ciencia, Libro V, apartado 345).
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