sábado, 30 de abril de 2011

TEXTO DE ORTEGA Y GASSET




José Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo (1923), capítulo 10.


El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana – por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia.

La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.

(…)

Hay una nueva manera de plantear la cuestión. El sujeto ni es un medio transparente, un “yo puro” idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva.

- Identificar las ideas fundamentales del texto y exponer la relación existente entre ellas.

Comienza Ortega por sintetizar las dos posturas que la filosofía occidental ha mantenido con respecto al conocimiento y la verdad hasta el siglo XX. La verdad, en su definición clásica, es la adecuación del pensamiento a la realidad.

El “racionalismo” (y bajo esta denominación engloba Ortega a todas aquellas corrientes filosóficas que han creído en la capacidad humana de conocer lo real mediante la razón, tomando “razón” en su sentido más general de “facultades cognoscitivas”) siempre ha presupuesto que la realidad tiene una entidad objetiva, en sí, independiente del sujeto que la contempla, y que ese sujeto puede conocer esa entidad de lo real solo si su pensamiento actúa como un espejo perfecto, inmaculado, que refleja sin deformar; el pensamiento, por tanto, no puede estar teñido de la subjetividad variable que observamos en los seres humanos que viven y que hacen la historia. Conocer ha de consistir entonces en un contemplar al margen de la vida, elevándose por encima de ella, en una operación que cualquier hombre en cualquier época y lugar puede realizar y con la que llega, desprendiéndose de todo lo personal, a la misma visión de todos los hombres que antes hayan conocido la misma cosa con verdad.

Pero en Occidente también se han dado corrientes filosóficas (que Ortega pone bajo la etiqueta común de “relativismo”) que han insistido en que el sujeto que contempla deforma forzosamente, de una manera u otra, lo que ve: la misma cosa es vista de modos distintos por distintos observadores, para cada uno el mundo es diferente, o bien el hombre como especie racional construye su peculiar representación del mundo. En la Modernidad, recordemos, se cae en la cuenta de que el ser humano solo puede dar testimonio de cómo se le aparecen las cosas a él, pero se torna problemático garantizar que se le aparezcan como son.

Ortega concluye esbozando una tercera manera, inédita, de abordar la cuestión del conocimiento y la verdad. Esta equidistaría del racionalismo y del relativismo: cada sujeto no es ni espejo perfectamente fiel ni espejo inevitablemente distorsionador, sino una perspectiva parcial, selectiva, que capta objetivamente, con verdad, una parte o determinados aspectos del mundo, pero no todos.

Ampliación del comentario:

Ortega considera que el motor de la historia es el relevo de las generaciones. Cada generación debe cumplir la tarea que su época le impone para estar “a la altura de su tiempo”. Y justamente el tema o la tarea de la época que le ha tocado en suerte a la generación de Ortega es la transformación radical de la filosofía, de la concepción del conocimiento (el elemento más importante de la cultura) y de la realidad. Ortega vive el trauma de la Gran Guerra y el auge de los totalitarismos y de la sociedad de masas en Europa, y estos acontecimientos lo llevan a diagnosticar una grave crisis de la cultura occidental (vacío de valores y desorientación existencial, metafísica y epistemológica), aún más peligrosa por la disponibilidad simultánea de una tecnología de poder ilimitado. De esa crisis solo podrá Occidente salir si cambia su forma de entender el conocimiento, y con él la realidad que le es correspondiente.

Ortega se esforzará por desarrollar una nueva comprensión de la razón como “razón vital”, que conoce desde la vida concreta, urgida por esta (“pienso porque existo”), y a su servicio, pero sin renunciar a la pretensión de verdad, ya que la verdad es necesaria para la vida (no podríamos sostener a sabiendas ficciones, por mucho que a primera vista pudieran parecernos “útiles”). La razón vital es perspectivista (conoce siempre desde un punto de vista, y por consiguiente nunca conoce la totalidad), pero es que la realidad misma es en sí una composición de perspectivas infinitas que nunca están completas. Mundo y yo vital son interdependientes: el mundo únicamente llega a ser lo que es cuando está impregnado de vida, cuando es vivido.

Solo si se toma conciencia y se ejercita la razón vital se podrán alumbrar los nuevos valores y los nuevos horizontes que permitirán encauzar con acierto la vida de la humanidad frente a los terribles retos pendientes. Así eludiremos una cultura abstracta que nos deja sin asistencia ante nuestras dificultades vitales o, lo que es peor, nos provee de utopías que, por haber sido fraguadas de espaldas a la concreción de nuestra circunstancia, sin prestar detenida atención a su detalle, y/o por presentarse aún como verdades absolutas, y no como horizontes blandos que buscan modestamente ampliarse, reclaman imponerse intolerante y rígidamente.

Ortega creía que las ciencias (biología, psicología, física) y otros elementos de la cultura de la primera mitad del siglo XX estaban espontánea y separadamente manifestando, sin darse todavía cabal cuenta de ello, síntomas de esa mutación espiritual radical a la que él quiso dar plena expresión y autoconciencia desde la filosofía, que no en vano es “la reflexión sobre el todo”.

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